Era el tercer día de la caminata más retadora de mi vida. Baje, subí y volví a bajar una montaña, y mañana la subíamos por última vez.
Antes de ese viaje, era una persona sedentaria. Pasé de estar sentada todo el día diseñando, a subir y bajar una montaña dos veces. No fue en lo absoluto una tarea sencilla. Lloré, me cansé, me frustré, incluso en el primer día casi me desmayo porque me dio un golpe de calor: sentía como me entraba el sueño mientras caminaba.
Gracias al universo, estábamos acompañados del guía con más viajes a la ciudadela hasta la fecha: Maikol. Me aconsejó que me sentara y me hecho agua helada en la cabeza. Desperté. De él aprendí que si me canso, lo único que debo hacer es descansar; y que no importa si voy última, debo ir a mi ritmo, siempre. No apresurarme por ir al ritmo de los demás.
Los dos primeros días de caminata fueron durísimos, pero al tercer día, mi cuerpo ya se iba acostumbrando a la exigencia. Me maravillé de la sabiduría y capacidad que tiene nuestro cuerpo. Me sentía más fuerte y con más energía. Momentos antes, nos habíamos metido al río Apurímac en ropa interior para refrescarnos. El agua estaba realmente helada, y el fondo del río era gomoso: arena suave y escurridiza. Habían pequeños renacuajos, o peces diminutos por todas partes, y yo solo temía que se metan en mis calzones.
Aún así, disfruté. Para no tocar el fondo, floté y para no atraer pececillos, me mantuve en movimiento, nadando y asimilando que estaba bañandome en las aguas de un río que había estado ahí hace miles de años, entre montañas enormes tan viejas como la existencia.
Al salir del río, subimos la última pendiente; yo en burrito: porque sí, estaba mas fuerte pero tampoco mucho y mi compañero, fue caminando.
El tercer día estaba dedicado al descanso. llegamos a la 1 de la tarde al último campamento, en el pueblo de chiquisca. Nos bañamos con agua helada (porque no había caliente) pero aprovechamos que el sol seguía fuerte y él nos ayudó a calentarnos. Después del almuerzo, solo quedaba descansar. Disfrutar. Sentarnos un rato. Sin celular, porque no había señal.
Me senté a admirar el paisaje, mientras Agus completaba el Sudoku que habíamos comprado para momentos como estos. Saqué mi bitácora para escribir, pero no escribí; me puse a dibujar. Eso era lo que sentía. No existen palabras que capturen la belleza de lo que vi esa tarde. Así que solo dibujé.
Lo hermoso de las bitácoras es poder repasar sus páginas y revivir las memorias que plasmaste en algún momento. En estos días me haré una nueva bitácora A6, de bolsillo, la que ven ahí ya no tiene páginas y me urge un diario más portátil. ¡Gracias por leer!
algunas cosas solo que captan dibujando, sin palabras ni fotos
"debo ir a mi ritmo, siempre" .... Belleza de bitácora. La recibo