solo sé que todo cambia. solo me queda avanzar también.
sobre el duelo del cambio, la movilidad social y el progreso urbano.
16.03.25
Mi barrio está cambiando y me está costando aceptarlo.
Todos los días, a las 8 de la mañana, empiezan los taladros y los aerosoles. El canto de los pájaros ha sido reemplazado por la remodelación de la casa del frente, que según lo que observo, ha estado en el barrio desde que se urbanizó la zona y se inauguró el parque, hace 50 años.
Hay una estética común, un mismo estilo arquitectónico, que caracteriza a las casas de esa época. Son pintorescas: rejas en forma de patrones de S, flores y arreglos que me recuerdan al art nouveau pero surcano, con ornamentos de naturaleza y figuras orgánicas. Tejas de arcilla y azulejos de estilo mediterráneo, pintura blanca y paredes con texturas, linternas en los patios y jardines con gnomos y pajareras. Jacarandás que se esconden tras los límites de cada propiedad, pero que como vieja chismosa, se asoma tras la pared para saludar y saber qué pasa en el barrio.
A ellos también los están reemplazando: esquinas pintorescas demolidas para la construcción de edificios multifamiliares. De paredes blancas, grises y ladrillos, una reversión moderna de los mismos elementos pero que de alguna forma no generan la misma magia al observarlos. Sin mucho detalle ni mucha alma. Moderno y económico.
Y me alegro que el país progrese, que exista movilidad social y que nuevas familias se engendren entre parques y cuculíes. Que nuevas infancias pinten con tiza la acera, dejando rastro de su imaginación y entretenimiento sin pantallas. Realmente me alegra, pues me recuerda a mi niñez, y a las carreras en los parques con mi hermano y nuestros amigos, a las tardes de sol y sudor que empezaban a las 4 y terminaban a las 7.
Espero se me entienda: me alegra el progreso, pero me cuesta la despedida. Pues me pregunto si seguiré escuchando el canto de los pájaros y el baile de los árboles, o su si arte será reemplazado por un exceso de crecimiento y una ausencia de tradición. Me pregunto si todo eso que amo seguirá como me gusta o si también tendré que sacrificarlo en nombre del avance y el progreso. Sin rejas pintorescas ni jacarandás que se asoman desde el patio de una casa que jamás conoceré por dentro y que quizás le pertenece a un viejo detestable.
Sé que el cambio es inevitable, y sé que el tiempo no espera; aún así me cuesta y añoro, imagino la posibilidad de pedirles que se queden y que no se lleven un pedazo de mi historia.
Quizás la única manera de honrarlos sea fotografiando. Será el único lugar donde logre detener el tiempo.
Es lo único que se me ocurre.
Es lo único que me queda.
Ver el cambio en mi vecindario me lleva inmediatamente a los cambios que he vivido. Habito un duelo constante, de lo que se va y de lo que aún no llega; de lo que fue y lo que ahora es.
Extraño a mi papá y a mi hermano, extraño a mi mamá y a mi hermana, aunque los vi ayer: no es como antes.
Eventualmente, pienso, la estructura familiar iba a cambiar: nos íbamos a mudar, los mayores independizar y mis papás se habrían quedado solos a descubrir qué es lo que realmente querían hacer con sus vidas. Quizás ahí recién se hubieran divorciado. Quizás el cambio era inminente e inevitable, quizás en nuestro caso fue algo prematuro: aún no nos independizamos y todos vivimos separados, agendando visitas y reuniones, reservando espacios para compartir y actualizarnos.
No sé.
Solo sé que todo cambia. Solo me queda avanzar también.
Bitácora de Viaje
Ando en búsqueda de ser más honesta con mi escritura. Dejar de lado el “contenido” y abrazar más la emoción, el sentir. Espero lo sientas también. Te leo!